Tengo fobia social: cicatrices de infancia

Tengo fobia social: cicatrices de infancia

Recientemente he conocido la palabra que da nombre a lo que me pasa: fobia social. Quienes me conocen bien saben que desde hace muchos años rara vez he entrado la primera en diversos espacios, sean bares, salas de conciertos, discotecas, tiendas, etc. y atiende a un episodio de infancia que quiero contarte.

Igualmente nunca jamás he acudido a un festival multitudinario, y en lugares concurridos la ansiedad aparece manifestándose en taquicardias, movimientos incontrolados en manos, piernas, sudoración y respiración acelerada. Suele aparecerme muchísimo más a la hora de entrar en un recinto.

He aprendido a convivir con ello, a domarlo en cierto sentido, a través de mecanismos como ir con alguien que me ayude a mitigar esas sensaciones que te he comentado más arriba. A veces no es posible ir acompañada y tengo luchas internas, y es que la fobia social es una parte de mí. ¿Y cómo di con esta palabra? Con un test que dio 85 puntos sobre 100, entendiendo qué era lo que llevaba décadas ocurriéndome y que solo sabía describir a mi gente más cercana.

BSO para leer «Fobia social, miedo a espacios concurridos: cicatrices de infancia»

La pieza instrumental «Stigma» de Audiolepsia. Se trata de una formación de post rock que me encanta, son de Barcelona y cada trabajo creado es superlativo. Actuaron en el Aloud Music festival, un punto d eencuentro referente para amantes de este perfil sonoro.

En este corte captan esa melancolía sonora que muchas veces me ha invadido a la hora de enfrentarme y domar la fobia social.

Recuerda que puedes dar ahora al play y leer el texto con la música de fondo o bien leer y dar al play después, pero no olvides que la música sugerida para la lectura ayuda a potenciar mucho más el contenido:

¿Qué desencadenó mi fobia social? Te presento al profesor desequilibrado

Cuando tenía unos 12 años recuerdo que en el colegio me mandaron, junto a otros compañeros, a repartir unas revistas que formaban parte de una ONG que recaudaba dinero a través del colegio, y cada año se iba de clase en clase dejando el número exacto de revistas por aula que nos indicaba el cura durante la repartición de las mismas.

Lo que hacía el alumnado seleccionado cada año para esta labor era ir llamando a la puerta de cada clase para dejar a cada profesor las pertinentes revistas que después debían entregar a cada alumn@. Uno de esos repartos que me tocó me pasó factura hasta este mismo momento en el que estamos…

Llamé a la puerta, como había hecho en otras clases sin problema alguno. Me abrieron. Era un aula correspondiente a gente de dos o tres años más que yo. La cara de la persona que abrió la puerta la recuerdo seria, mirando de reojo a aquel profesor de matemáticas que dos años después sufrí durante un curso -era un desequilibrado impredecible que tenía a todo el mundo atemorizado-.

Una situación inesperada fue el detonante

Quien me abrió la puerta de la clase de mayores me susurró un «tranquila» que realmente no supe ubicar de primeras. No entendía nada, así que como había hecho en otras clases entré dando un paso, me paré y me presenté:

-Hola, vengo a traer las revistas de la ONG -dije tímidamente como las otras veces.

-Señorita, ¡salga y vuelva a entrar! -gritó aquella persona entrada en años, con cara desencajada… Imposible olvidar aquellos ojos casi inyectados en sangre y como si fueran a salirse de las órbitas.

Me cerró la puerta quien me la había abierto y susurrado aquel «tranquila», posiblemente porque aquel profesor ya estaba en un trance agresivo antes de que yo llegara. Miré a la persona que me acompañaba -íbamos siempre de dos en dos, Fabio se llamaba-. Sin decirnos nada nos encogimos de hombros no entendiendo bien qué ocurría pero volví a llamar.

Me abrió la puerta la misma persona y aquel profesor me volvió a decir lo mismo. Así hasta tres veces. Toda la clase estaba mirándome, algun@s riendo, otr@s flipando y otr@s simplemente mirando el reloj -supongo que calculando cuánto tiempo estaríamos así-. A la tercera vez me mandó pasar hasta la pizarra y, muerta de miedo temblando como un flan, logré llegar hasta mi destino…

Me dejó en ridículo absoluto y empezó la fobia social

-¿Cómo se llama, señorita? -me preguntó repentinamente tranquilo y calmado. Debí inventarme un nombre, pero siempre he sido bastante confiada -inocente- y di mi nombre verdadero.

-Bien, Vanessa, vamos a ver: ¿a usted cómo le han educado en casa? -me preguntó en tono seco.

-Pues bien, supongo, no sé a qué se refiere… -respondí extrañada. No entendía qué había hecho mal.

-No, a usted no le han enseñado cómo entrar en un sitio -replicó con risa irónica. -No puede decir «hola, vengo a traer» sin que se le haya preguntado antes, por eso te he dado hasta tres oportunidades pero nada. Eres un caso perdido -me respondió el muy sinvergüenza…

Toda la clase tenía sus ojos clavados en mí, partiéndose de risa mientras yo me debí poner roja como un tomate, y con los ojos llorosos ante aquella reprimenda.

-Deje las revistas y márchese de mi vista. Vamos que… Venís ahora sin una pizca de educación… ¡Vaya juventud, Vanessa…! -seguía despotricando intercalando tonos de voz intensos con moderados.

Bajé corriendo de la zona del encerado de aquella clase, escuchando risas y burlas de varias personas a la vez. Salí flipando, llorando, temblando… ¡No podía creer lo que me había pasado!

Creo que nunca he experimentado tanta angustia y tanta ansiedad como aquel día, inesperada encima, y por supuesto con una reprimenda que no tenía lógica alguna más que la locura de un tipo al que tuvieron que apartar del ámbito educativo por llegar incluso a pegarse con un padre de un chaval del colegio… Y menos mal que se lo llevaron…

La herida no se cerró nunca

Aquel hombre estaba desequilibrado, está claro, y por su culpa las semanas posteriores tuve que aguantar en el patio del colegio burlas junto a mi nombre y más mierdas de crí@s con risas de por medio por parte de gente de aquella clase. Amigas mías me preguntaban que cómo sabían mi nombre y por qué me decían esas cosas, y me echaba a llorar sin decir nada por vergüenza -¡encima sentía vergüenza…!

El resto de mis días me los he pasado entrando a sitios públicos siempre detrás de alguien -y quien me conoce bien lo sabe-, con auténtico pavor a entrar la primera en un sitio por si se volvía a generar un episodio bochornoso como el que aquel ser me hizo vivir sin ton ni son. Hubo etapas -aún me ocurre- que no soy capaz ni siquiera de pedir algo en la barra d eun bar.

Además, se me fue generando una sensación extraña al enfrentarme a público -si tenía que salir a la pizarra a hablar me bloqueaba bastante, por ejemplo- y conforme avanzaban los años aumentaba mi miedo a entrar en sitios por si me volvían a juzgar.

De hecho nunca he sido capaz de acudir a Festivales grandes, a pesar de dedicarme al plano de la creación de contenido musical (redactora autónoma, podcaster, etc.) con Distrito Uve y Agencia VB comunicAction. Siempre me invade una sensación de agobio intenso porque hay mucha gente desconocida y me nace de nuevo miedo a burlas, etc.

Precisamente por el trabajo que tengo empecé a confrontar el ir sola a conciertos porque por motivos profesionales hubo muchas ocasiones que tenñia que ir a cubrir eventos para posteriores crónicas. La primera vez fue complicado, aunque en los primeros años hasta 2011 siempre conseguía que alguna amiga me acompañara para mitigar la ansiedad y ella entraba siempre primero.

Pero el día que ninguna pudo venir tenía que hacer una crónica para un periódico en el que trabajaba allá por 2011, y no me quedó otra que ponerme a prueba y enfrentarme a entrar sola en la sala donde se desarrollaba el concierto. Le planté cara a la fobia social y me ayudó bastante. Fue duro, pero efectivo.

Te adaptas, pero hay momentos en los que la fobia social regresa con fuerza

Así es, hasta el confinamiento logré adaptarme más o menos y podía ir sola de vez en cuando a actuaciones, y después, según iban llegando las charlas y ponencias sobre temática de mujer en la Industria Musical, mujer en proyectos DIY, etc. en las que participaba aprendí a controlar respiración y nervios.

No obstante, despues del confinamiento volví a sentirme más acorralada por esa fobia social, y por el camino he ido negando participar en eventos o propuestas varias por no sentirme bien. He declinado moderar incluso alguna mesa redonda este mismo año porque los síntomas habían avanzado con fuerza tras el confinamiento y no me sentía preparada.

En pocos conciertos me he dejado ver entre 2020 y este año, de hecho a los que he ido he estado arropada por gente conocida y de confianza. Solo este verano me topé con la actuación de Hombres de Hielo al aire libre en el barrio de mis padres cuando iba sola de camino al autobús y decidí pararme a pesar de los nervios, las taquicardias y la sudoración repentina porque conocía a Andrew Saavedrawing y se desarrollaba en el exterior del Espacio Joven Sur que hacen actividades muy interesantes para jóvenes y quise mostrar apoyo. Pude estar un buen rato, y eso me dio ánimo para seguir sanando esta herida y confrontar la fobia social.

Y al resto de eventos a los que he acudido o en los que he participado no ha sido sin una previa concienciación pero sin lograr mitigar los nervios del todo.

Ahora me siento mejor abriendo esta parte de mí

Desde luego, este texto me está sirviendo de purga emocional porque muy poca gente conocía esto que he narrado. Y de corazón espero que también te sirva si estás leyendo esto y te ocurre algo similar: ánimo, respira profundo y no permitas que esa sensación se apodere de ti.

Igualmente espero que si hay gente leyendo este texto, perteneciente a equipos humanos que me propusieron formar parte de eventos o actividades donde no participé que comprendan mejor las razones. En los pocos sitios donde he participado bien es verdad que los nervios han estado ahí más de lo que me hubiera gustado pero he aprendido a disimular mucho.

Finalmente, y para cerrar esta purga, como dicen que hay que sacar fuera todas aquellas heridas internas para que cicatricen, por eso te he contado este capítulo de mi vida relacionado con la fobia social que marcó bastante mi forma de actuar en público -y que tras el confinamiento derivado de la pandemia por Covid-19 ha reaparecido con bastante fuerza-. Sigo trabajando en curar esta herida, a la que por fin he encontrado nombre y a la que podré tratar en condiciones en un futuro cercano.

TE PUEDE INTERESAR DEGUSTAR ESTOS FIDEOS DE OPINIÓN:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *